MI MÁQUINA SINGER (II)
Mi adolescencia fue difícil. Empezaron las salidas del colegio a visitar lugares como el Congreso o el Museo de Ciencias Naturales. Como las chicas ya éramos grandes, no íbamos con el delantal sino con la ropa de vestir adecuada. Mis compañeras tenían buenas ropas. La escuela estaba en Belgrano y en esa época los ricos iban a la escuela pública. Cuando empezaron las salidas sin delantal yo me encontré en un problema. No tenía ropa para salir. Mis padres me compraban ropa pero no era para salir, elegante, como se usaba antes. No p uedo olvidar el apellido de la compañera con la que hablé de esto. Se llamaba Viviana Suide. Lo digo porque es raro que alguien se acuerde con nombre y apellido de una persona con la que solo se habló una vez de una sola cosa. Yo no voy a poder ir, le dije, con mucha tristeza, muchísima, porque era una visita al Congreso. Entonces ella con la cara más natural me dijo "ponete un jean y ya está". La palabra jean no integraba mi lengua ni mi vestimenta. ¿Quién me iba a comprar a mí un jean? Y esa familiaridad con la palabra jean, esa naturalidad con la que la nombró mi compañera, todavía me sigue conmoviendo. Era una de esas cosas incomprensibles, que alguien hablara así de una ropa que yo no tenía ni me compraban pero que tampoco lo tenía integrado a mi gusto o mi deseo. Me dí cuenta que un mundo diverso circulaba afuera de mi vida mientras yo vivía en una burbuja. En mi casa estaba la máquina Singer que mi papá le compró al domador del circo inglés. Y nadie la usaba. Entonces yo decidí que si aprendía a coser podría tener la ropa que necesitara. Y así hice. Era verano. Vacaciones. Averigüé de una profesora de Corte y Confección que estaba por mi barrio. Me anoté y fui a la primera clase. Yo, que tenía marcada la vida por mi padre de ir a la Universidad sí o sí para tener un título, iba como las chicas del barrio a estudiar Corte y Confección, pero no solo no me molestaba sino que me entusiasmaba y alegraba con toda mi alma. Ahí aprendí un sistema de corte fabuloso que con las medidas del cuerpo y un modelaje perfecto permitía confeccionar cualquier tipo de modelo de lo que sea. Aprendí una disciplina fabulosa. El sistema se llamaba De Santis, que era un ingeniero y había logrado llevar al plano exactamente las tres dimensiones de cualquier cuerpo humano. Encima basado en el conocimiento griego de los artistas que hacían las estatuas. Las proporciones de los escultores más famosos y las relaciones áureas de los números, estaban ahí para cortar una tela y armar un vestido perfecto. No me era ajeno para nada estar recibiendo una disciplina tan digna y elogiable. Antes creía como tantos, que era una cosa de mujeres de poco vuelo intelectual, de las doñas Porotas y las Cándidas. Pero no. Hoy resulta que en la Argentina un libro del sistema De Santis es un incunable y la Universidad de Palermo lo tiene de texto supremo para enseñar el tema a nivel industrial y muy serio. Las palabras elogiosas sobre el sistema en todos lados, es un asunto asombroso.
De ahí viene mi obsesión por conseguir ese libro incunable cuando me decidí a recuperar esa etapa de mi vida, volver a coser, esa etapa de mi vida sepultada en el olvido, con una máquina Singer que no andaba, tirada en un rincón de cosas viejas.
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