Dedicado a mi hijo y su novia que están por levantar vuelo de los nidos en que nacieron para construir juntos el propio.
Una vez mi hijo que volvía de la escuela, vio que una paloma que iba caminando por la vereda fue atacada por un gato de un zarpazo por la espalda, justo enfrente de la óptica. Cruzó corriendo, echó al gato y se trajo a la paloma hecha un manojo de plumas mezcladas con sangre.
Yo la voy a curar me dijo consternado y puso manos a la obra. Yo pensé que la paloma estaba muerta y que eran ilusiones de mi hijo curarla. Pero lo logró.
Ni me acordaba de la paloma cuando me dijo que ya la sacaba a caminar al patio. ¡A caminar! La paloma caminaba por el patio. Salí para ver. Era cierto, caminaba. De repente pegó un pequeño salto y se posó sobre la ventana del comedor.
Mi hijo estaba al lado mío. El miraba a la paloma enternecido. Yo miraba a mi hijo satisfecha. La paloma estaba limpita, sus plumas en orden, se la veía sana. Mi hijo, mirando a la paloma dijo: tengo miedo de que en cualquier momento se vuele y no la vea nunca más. Y yo le dije así: ¿para qué la curaste? Si la curaste es para que pueda hacer su vida de paloma, no para que parezca una gallina caminando por el patio. Yo que vos, me sentiría contento si se volara.
Eso que dije fue sólo una estrategia de madre. Pensé en el sufrimiento que iba a tener mi hijo cuando la paloma se volara, y traté de que el sufrimiento de la separación, que en el fondo es egoísta, fuera eclipsado por otro altruista de envergadura ética. Un argumento de efecto inmediato, que le resultó más atractivo aún que retener a la paloma. La tomó entre las manos y le dio un pequeño impulso para que llegara hasta un techado no muy alto. La paloma voló hasta el techado, pero después bajó otra vez, y se paró en la ventana. Después bajó al piso del patio y empezó a caminar por los mosaicos.
Mi hijo la volvió a tomar entre las manos y la volvió a impulsar para arriba. La paloma se paró en el techito y de repente levantó vuelo y se fue para arriba surcando el cielo. La felicidad de mi hijo no tenía límite. Se abrazó conmigo, y se metió a la casa a mirar televisión.
De esto me acuerdo siempre. ¿Quién puede olvidarse de una historia como esa?
Cuando mi hijo tenía 18 años lo mandé un año al exterior. No me había separado de él ni sábado ni domingo, salvo tres días de un viaje, en todos los años de su vida. Yo sabía que le iba a hacer muy bien separarse de mí. Y que le iba a hacer muy bien viajar y conocer otro país, y aprender a arreglárselas solo en infinidad de cosas donde siempre estaba la madre.
En una sobremesa de aquellos días sentí que se me hacía un nudo en la garganta, lo extrañaba. Hacía seis meses que no lo veía. Se me cayeron unas lágrimas y me levanté para llevar los platos a la cocina. En el camino hay un espejo. Al pasar me detuve a mirar mi imagen a los ojos. Mi imagen y yo nos miramos fijamente un instante, en profunda introspección. Vino a la memoria el argumento de la paloma, y surgió la pregunta ¿para qué lo criaste?, deberías estar contenta de que puede volar solo.
Ví una mueca de rechazo al argumento reclamando el derecho a decir que cuando un hijo vuela, duele. Entonces se me hizo presente la decisión de mi hijo de dar vuelta la hoja con la historia de la paloma. Hice como él y me fui a mirar televisión.
Una vez mi hijo que volvía de la escuela, vio que una paloma que iba caminando por la vereda fue atacada por un gato de un zarpazo por la espalda, justo enfrente de la óptica. Cruzó corriendo, echó al gato y se trajo a la paloma hecha un manojo de plumas mezcladas con sangre.
Yo la voy a curar me dijo consternado y puso manos a la obra. Yo pensé que la paloma estaba muerta y que eran ilusiones de mi hijo curarla. Pero lo logró.
Ni me acordaba de la paloma cuando me dijo que ya la sacaba a caminar al patio. ¡A caminar! La paloma caminaba por el patio. Salí para ver. Era cierto, caminaba. De repente pegó un pequeño salto y se posó sobre la ventana del comedor.
Mi hijo estaba al lado mío. El miraba a la paloma enternecido. Yo miraba a mi hijo satisfecha. La paloma estaba limpita, sus plumas en orden, se la veía sana. Mi hijo, mirando a la paloma dijo: tengo miedo de que en cualquier momento se vuele y no la vea nunca más. Y yo le dije así: ¿para qué la curaste? Si la curaste es para que pueda hacer su vida de paloma, no para que parezca una gallina caminando por el patio. Yo que vos, me sentiría contento si se volara.
Eso que dije fue sólo una estrategia de madre. Pensé en el sufrimiento que iba a tener mi hijo cuando la paloma se volara, y traté de que el sufrimiento de la separación, que en el fondo es egoísta, fuera eclipsado por otro altruista de envergadura ética. Un argumento de efecto inmediato, que le resultó más atractivo aún que retener a la paloma. La tomó entre las manos y le dio un pequeño impulso para que llegara hasta un techado no muy alto. La paloma voló hasta el techado, pero después bajó otra vez, y se paró en la ventana. Después bajó al piso del patio y empezó a caminar por los mosaicos.
Mi hijo la volvió a tomar entre las manos y la volvió a impulsar para arriba. La paloma se paró en el techito y de repente levantó vuelo y se fue para arriba surcando el cielo. La felicidad de mi hijo no tenía límite. Se abrazó conmigo, y se metió a la casa a mirar televisión.
De esto me acuerdo siempre. ¿Quién puede olvidarse de una historia como esa?
Cuando mi hijo tenía 18 años lo mandé un año al exterior. No me había separado de él ni sábado ni domingo, salvo tres días de un viaje, en todos los años de su vida. Yo sabía que le iba a hacer muy bien separarse de mí. Y que le iba a hacer muy bien viajar y conocer otro país, y aprender a arreglárselas solo en infinidad de cosas donde siempre estaba la madre.
En una sobremesa de aquellos días sentí que se me hacía un nudo en la garganta, lo extrañaba. Hacía seis meses que no lo veía. Se me cayeron unas lágrimas y me levanté para llevar los platos a la cocina. En el camino hay un espejo. Al pasar me detuve a mirar mi imagen a los ojos. Mi imagen y yo nos miramos fijamente un instante, en profunda introspección. Vino a la memoria el argumento de la paloma, y surgió la pregunta ¿para qué lo criaste?, deberías estar contenta de que puede volar solo.
Ví una mueca de rechazo al argumento reclamando el derecho a decir que cuando un hijo vuela, duele. Entonces se me hizo presente la decisión de mi hijo de dar vuelta la hoja con la historia de la paloma. Hice como él y me fui a mirar televisión.
12 comentarios:
Enhorabuena, Eva!
Un abrazo para vos, y buena fortuna para tu hijo.
Hermosa Historia.
Es la del ciclo de la vida.
Pero en algo no estoy de acuerdo: no te quedaste mirando televisión, hacés otras cosas...
Saludos
Bellísimo relato Eva! Y muy bien escrito. Realmente me emocionaste. Gracias!
Saludos,
Occy
Simple y sencillo.
Muy bueno!
Una historia hermosa. Ojalá que tengan mucha suerte.
Gracias Marcelo, Sujeto, Occy, MC, Lucas Carrasco.
Hermosa historia, real, como la vida.
Un abrazo.
Político Aficionado
gracias,
Un abrazo.
Un abrazo, Eva.
Eva, qué linda historia. Gracias por compartirla.
Bonita historia. Me conmueve la triste realidad. Dejar que vuelen.
Hermosa historia. Triste pero real. Me conmovió.. dejar que vuelen.
Publicar un comentario
No te olvides de tildar la casilla de suscribir a comentarios, si querés seguir este debate.
La autora del post lee TODOS los comentarios.
ANÓNIMO: ¡FIRMÁ CON ALGÚN NOMBRE O UN SEUDÓNIMO! para poder dirigirte una respuesta. Si no lo hacés, es porque no te interesa que te respondan. Por lo tanto borraré el comentario si veo que el anonimato tiene esa intención.