Coincidía la secuencia de días, sábado 20, domingo 21, lunes 22 de febrero de 1982.
Yo estaba tan embarazada, que había pasado la fecha de parto y mi familia me cargaba con la siguiente pregunta ¿y cuándo vas a parir? Y yo me reía, esperando que la naturaleza se ocupara en cualquier momento de que llegara mi bebé.
Lady D también estaba embarazada de su primer hijo. El papá de mi hijo decía que nuestro bebé tenía mejor ajuar que el hijo del Príncipe Carlos. Eran épocas de todo importado, y yo, eufórica por mi maternidad, había comprado el mejor cochecito de Harrod's y las ropas y utensilios para bebé, de lo más hermosos que encontré.
El sábado 20 de febrero de 1982, decidimos ir a casa de mi hermano Roberto que vivía en Lanús, mi otro hermano Mario también venía con su esposa. ¿No es muy riesgoso ir tan lejos? me preguntaron. No, yo me siento bien, contesté. Igual, ya había arreglado con la obstetra internarme el lunes. Me iba a inducir el parto si es que hasta el lunes no pasaba nada.
Pero resultó arriesgado haber ido tan lejos, porque nos agarró una inundación por una tormenta, exactamente igual que lo que pasó esta semana, y fue una odisea volver a casa.
Que haya vuelto sana y salva se debe a un "ángel en colectivo", que recuerdo todos los años en esta fecha, y que si fuera creyente, diría que me lo mandó Dios.
A eso de las 7 de la tarde, se largó una tormenta terrible, de repente, sin que nadie lo hubiera advertido. Cuando salimos de casa estaba despejado, hacía mucho calor y estábamos vestidos de verano, bien desabrigados.
Cuando se largó la tormenta, mi hermano Roberto, el dueño de casa, nos dijo que nos fuéramos rápido, que en esa zona, con una tormenta así, siempre se inunda, y que si yo llegaba a sentir contracciones tal vez no podría llegar al sanatorio.
Agarramos nuestras cosas velozmente y en medio de una lluvia torrencial quisimos entrar a nuestro auto, pero ocurrió un accidente: el papá de mi hijo estrenaba zapatos nuevos y las suelas estaban resbaladizas. Al querer meter la llave en la puerta de nuestro auto, se resbaló, cayó sobre el agua que ya tenía 20 cm sobre el nivel de la calle, las llaves se le cayeron de la mano, y una correntada las arrastró a velocidad, sin que pudiéramos divisarlas.
Mi hermano Mario, ya se había subido a su auto y sin ver lo que nos pasaba había arrancado. MI hermano Roberto le avisó que esperara con gestos, le dijo que nos llevara, que él iba a tratar de encontrar las llaves cuando se terminara la tormenta, que dejáramos nuestro auto en Lanús y nos fuéramos con ellos.
Así hicimos, menos mal, porque si hubiéramos estado solos en lugar de estar los cuatro, me hubiera asustado mucho más de lo que me asusté por lo que pasó. Además, el auto de mi hermano Mario era un Taunus, auto grande, y el nuestro un auto chiquito, un Fiat 133, que se hubiera detenido mucho antes que lo que se detuvo el Taunus en medio de la inundación en Avellaneda.
Fuimos unas cuantas cuadras, en medio de la lluvia pero andando, hasta que llegamos a Avellaneda, a una avenida muy ancha. Estaba totalmente oscuro, se había hecho de noche. Y empezamos a ver que algunos autos que venían en contra estaban detenidos y se balanceaban como un bote empujados por una corriente de agua que largaban a ambos lados los pocos que podían andar, mientras avanzaban muy lentamente.
El nuestro empezó a hacer lo mismo.Se detuvo y se balanceaba, mientras entraba el agua y subía el nivel. Levanté los piés para sacarlos del agua y sentí ya mojado el asiento. Estaba sentada sobre agua sucia. La idea de tener la zona vaginal en contacto con el agua sucia de una inundación me horrorizó, estando en mi estado de casi parturienta. Mi hermano sacó el pasacassete de abajo del agua diciendo: mirá hasta dónde entró el agua!!!.
Entonces yo anuncié: me voy del auto. ¿Adónde vas? Me increparon todos, es peligroso, no podés salir del auto, puede haber un cable y te podés electrocutar, o podés caerte si pisás mal. Yo abrí la puerta del auto y salí. Entonces salieron todos. De la mano fui despacito hasta un portal con un pequeño techito. Los cuatro nos pusimos en fila contra la pared, mientras seguía lloviendo.
Recuerdo la impresión de ver todas las casas cerradas herméticamente, con las persianas bajas, sin poder verse un ser humano que pudiera ayudarnos en esa circunstancia. Levanté mi vestido y lo estrujé como se hace con un trapo de piso, para sacar el agua que me chorreaba en las piernas. Por suerte el agua no llegaba hasta el portal donde estábamos refugiados. E hicimos silencio. Un silencio impotente. Yo estaba tiritando de frío, estaba toda mojada, y no podía hacer otra cosa más que esperar. Y seguía lloviendo. Y yo tenía miedo. Miedo de que me vinieran ahí las contracciones. Miedo de que se me rompiera la bolsa y yo no me diera cuenta porque estaba totalmente mojada.
Estuvimos unos diez minutos así. Ya no pasaban más autos. Dos o tres quedaban flotando sin luces. Y nosotros en silencio. De pronto vemos venir un colectivo con las luces encendidas. A ninguno de nosotros se nos ocurrió que estuviera en línea, era obvio que el hombre andaba solo y vacío y que no iba a buscar pasajeros, que seguramente se volvía a su casa, así que ninguno de nosotros se movió, sólo lo mirábamos pasar. Pero el colectivo paró frente a nosotros. El chofer nos hizo seña con la mano. Entonces corrimos desesperados. En la puerta nos preguntó hasta dónde íbamos. No importa, le dijimos, por favor sáquenos de acá hasta cualquier lugar donde podamos volver a casa. Suban, dijo.
Subimos los cuatro. Mientras subíamos, volvió a preguntar hasta dónde íbamos. Mi hermano le dijo que ellos iban a Chacarita, pero que se podían bajar en cualquier lado donde pudieran tomar algo para volver a casa. Y le mostró el Taunus que habíamos abandonado. El hombre le propuso arrastrar el auto hasta donde no haya agua. Mi hermano se subíó al Taunus y el colectivo lo empujó hasta donde ya no había más inundación, una dos cuadras. Cuando ya el auto no estaba en el agua, mi hermano intentó arrancarlo pero no pudo, no había caso. Así que se volvió al colectivo y le dijo al colectivero: no importa, lo dejo acá y mañana lo vengo a buscar. El colectivero llevó a mi hermano hasta un lugar donde él podía viajar a Chacarita. Nosotros también queríamos bajar ahí, pero el chofer nos volvió a preguntar hasta dónde íblamos. Le dijimos que muy lejos, a Once. Entonces nos dijo: yo los llevo, la señora está embarazada, no la puedo dejar en cualquier lado. ¿Pero usted está en línea? ¿No tiene que seguir su recorrido? le pregunté. No, me dijo. Iba para mi casa y los ví.
Nos sentamos en silencio, asombrados, maravillados. Al llegar cerca de Once nos preguntó exactamente la dirección, porque nos quería dejar en la puerta. Le dijimos la dirección. El papá de mi hijo me dijo: no te preocupes, le voy a dar unos buenos pesos. Llegamos a la puerta de casa, el colectivo paró. Sacamos un dinero que podrían ser unos cien pesos de ahora, porque lo que había hecho ese hombre era increíble. Pero el colectivero se negó, no quiso aceptar ni un solo peso. Nos bajamos diciéndole que no lo íbamos a olvidar. Nos saludó y se perdió para siempre.
Al día siguiente fue un día de sol radiante. Fuimos a Lanús a buscar el Fiat y el Taunus. Mi hermano Roberto había encontrado las llaves. Con el Fiat fuimos hasta el lugar donde habíamos dejado el Taunus. Mi hermano Mario lo puso en marcha, pero del caño de escape salío un chorro de agua increíble.
Enfilamos para casa otra vez, y al llegar se me rompió la bolsa. Me interné esa misma noche del domingo 21 de febrero, y mi bebé nació el lunes 22 de febrero de 1982, a las 21 horas.
Hace 28 años, justo hoy, me convertí en mamá. Y no puedo olvidarme de ese "ángel en colectivo".
Lady D también estaba embarazada de su primer hijo. El papá de mi hijo decía que nuestro bebé tenía mejor ajuar que el hijo del Príncipe Carlos. Eran épocas de todo importado, y yo, eufórica por mi maternidad, había comprado el mejor cochecito de Harrod's y las ropas y utensilios para bebé, de lo más hermosos que encontré.
El sábado 20 de febrero de 1982, decidimos ir a casa de mi hermano Roberto que vivía en Lanús, mi otro hermano Mario también venía con su esposa. ¿No es muy riesgoso ir tan lejos? me preguntaron. No, yo me siento bien, contesté. Igual, ya había arreglado con la obstetra internarme el lunes. Me iba a inducir el parto si es que hasta el lunes no pasaba nada.
Pero resultó arriesgado haber ido tan lejos, porque nos agarró una inundación por una tormenta, exactamente igual que lo que pasó esta semana, y fue una odisea volver a casa.
Que haya vuelto sana y salva se debe a un "ángel en colectivo", que recuerdo todos los años en esta fecha, y que si fuera creyente, diría que me lo mandó Dios.
A eso de las 7 de la tarde, se largó una tormenta terrible, de repente, sin que nadie lo hubiera advertido. Cuando salimos de casa estaba despejado, hacía mucho calor y estábamos vestidos de verano, bien desabrigados.
Cuando se largó la tormenta, mi hermano Roberto, el dueño de casa, nos dijo que nos fuéramos rápido, que en esa zona, con una tormenta así, siempre se inunda, y que si yo llegaba a sentir contracciones tal vez no podría llegar al sanatorio.
Agarramos nuestras cosas velozmente y en medio de una lluvia torrencial quisimos entrar a nuestro auto, pero ocurrió un accidente: el papá de mi hijo estrenaba zapatos nuevos y las suelas estaban resbaladizas. Al querer meter la llave en la puerta de nuestro auto, se resbaló, cayó sobre el agua que ya tenía 20 cm sobre el nivel de la calle, las llaves se le cayeron de la mano, y una correntada las arrastró a velocidad, sin que pudiéramos divisarlas.
Mi hermano Mario, ya se había subido a su auto y sin ver lo que nos pasaba había arrancado. MI hermano Roberto le avisó que esperara con gestos, le dijo que nos llevara, que él iba a tratar de encontrar las llaves cuando se terminara la tormenta, que dejáramos nuestro auto en Lanús y nos fuéramos con ellos.
Así hicimos, menos mal, porque si hubiéramos estado solos en lugar de estar los cuatro, me hubiera asustado mucho más de lo que me asusté por lo que pasó. Además, el auto de mi hermano Mario era un Taunus, auto grande, y el nuestro un auto chiquito, un Fiat 133, que se hubiera detenido mucho antes que lo que se detuvo el Taunus en medio de la inundación en Avellaneda.
Fuimos unas cuantas cuadras, en medio de la lluvia pero andando, hasta que llegamos a Avellaneda, a una avenida muy ancha. Estaba totalmente oscuro, se había hecho de noche. Y empezamos a ver que algunos autos que venían en contra estaban detenidos y se balanceaban como un bote empujados por una corriente de agua que largaban a ambos lados los pocos que podían andar, mientras avanzaban muy lentamente.
El nuestro empezó a hacer lo mismo.Se detuvo y se balanceaba, mientras entraba el agua y subía el nivel. Levanté los piés para sacarlos del agua y sentí ya mojado el asiento. Estaba sentada sobre agua sucia. La idea de tener la zona vaginal en contacto con el agua sucia de una inundación me horrorizó, estando en mi estado de casi parturienta. Mi hermano sacó el pasacassete de abajo del agua diciendo: mirá hasta dónde entró el agua!!!.
Entonces yo anuncié: me voy del auto. ¿Adónde vas? Me increparon todos, es peligroso, no podés salir del auto, puede haber un cable y te podés electrocutar, o podés caerte si pisás mal. Yo abrí la puerta del auto y salí. Entonces salieron todos. De la mano fui despacito hasta un portal con un pequeño techito. Los cuatro nos pusimos en fila contra la pared, mientras seguía lloviendo.
Recuerdo la impresión de ver todas las casas cerradas herméticamente, con las persianas bajas, sin poder verse un ser humano que pudiera ayudarnos en esa circunstancia. Levanté mi vestido y lo estrujé como se hace con un trapo de piso, para sacar el agua que me chorreaba en las piernas. Por suerte el agua no llegaba hasta el portal donde estábamos refugiados. E hicimos silencio. Un silencio impotente. Yo estaba tiritando de frío, estaba toda mojada, y no podía hacer otra cosa más que esperar. Y seguía lloviendo. Y yo tenía miedo. Miedo de que me vinieran ahí las contracciones. Miedo de que se me rompiera la bolsa y yo no me diera cuenta porque estaba totalmente mojada.
Estuvimos unos diez minutos así. Ya no pasaban más autos. Dos o tres quedaban flotando sin luces. Y nosotros en silencio. De pronto vemos venir un colectivo con las luces encendidas. A ninguno de nosotros se nos ocurrió que estuviera en línea, era obvio que el hombre andaba solo y vacío y que no iba a buscar pasajeros, que seguramente se volvía a su casa, así que ninguno de nosotros se movió, sólo lo mirábamos pasar. Pero el colectivo paró frente a nosotros. El chofer nos hizo seña con la mano. Entonces corrimos desesperados. En la puerta nos preguntó hasta dónde íbamos. No importa, le dijimos, por favor sáquenos de acá hasta cualquier lugar donde podamos volver a casa. Suban, dijo.
Subimos los cuatro. Mientras subíamos, volvió a preguntar hasta dónde íbamos. Mi hermano le dijo que ellos iban a Chacarita, pero que se podían bajar en cualquier lado donde pudieran tomar algo para volver a casa. Y le mostró el Taunus que habíamos abandonado. El hombre le propuso arrastrar el auto hasta donde no haya agua. Mi hermano se subíó al Taunus y el colectivo lo empujó hasta donde ya no había más inundación, una dos cuadras. Cuando ya el auto no estaba en el agua, mi hermano intentó arrancarlo pero no pudo, no había caso. Así que se volvió al colectivo y le dijo al colectivero: no importa, lo dejo acá y mañana lo vengo a buscar. El colectivero llevó a mi hermano hasta un lugar donde él podía viajar a Chacarita. Nosotros también queríamos bajar ahí, pero el chofer nos volvió a preguntar hasta dónde íblamos. Le dijimos que muy lejos, a Once. Entonces nos dijo: yo los llevo, la señora está embarazada, no la puedo dejar en cualquier lado. ¿Pero usted está en línea? ¿No tiene que seguir su recorrido? le pregunté. No, me dijo. Iba para mi casa y los ví.
Nos sentamos en silencio, asombrados, maravillados. Al llegar cerca de Once nos preguntó exactamente la dirección, porque nos quería dejar en la puerta. Le dijimos la dirección. El papá de mi hijo me dijo: no te preocupes, le voy a dar unos buenos pesos. Llegamos a la puerta de casa, el colectivo paró. Sacamos un dinero que podrían ser unos cien pesos de ahora, porque lo que había hecho ese hombre era increíble. Pero el colectivero se negó, no quiso aceptar ni un solo peso. Nos bajamos diciéndole que no lo íbamos a olvidar. Nos saludó y se perdió para siempre.
Al día siguiente fue un día de sol radiante. Fuimos a Lanús a buscar el Fiat y el Taunus. Mi hermano Roberto había encontrado las llaves. Con el Fiat fuimos hasta el lugar donde habíamos dejado el Taunus. Mi hermano Mario lo puso en marcha, pero del caño de escape salío un chorro de agua increíble.
Enfilamos para casa otra vez, y al llegar se me rompió la bolsa. Me interné esa misma noche del domingo 21 de febrero, y mi bebé nació el lunes 22 de febrero de 1982, a las 21 horas.
Hace 28 años, justo hoy, me convertí en mamá. Y no puedo olvidarme de ese "ángel en colectivo".
11 comentarios:
Linda fecha, 7 veces 4 años. Feliz aniversario a los dos!
Oh Dolina!
Cuánta cursilería esparciste por las cabezas huecas!
Che, qué linda historia. Trataré de "subirla" a www.forotransportes.com en "curiosidades bondísticas"
Marcelo,
tuve el placer de estudiar cábala con un spinozista, entiendo tu mensaje.
Ale,
no hay problema, subilo donde quieras.
hermosa historia Eva.
gracias por compartirla. y felicidades
manuel el coronel,
gracias a vos por querer compartirla conmigo!!!
La verded Eva , te admiro por varias cosas:
1ro tu decholulismo al presentarte en Tv , con genial soltura y diccion (Yo me hubiera congelado y no habria dicho nada de lo que pienso)
Se nota que en 678 uno se siente comodo.
2do Segun contaba mi madre yo no naci en la calle por pocos minutos, gracias a un vecino que nos llevo hasta el hospital , hace 53 años no habia tantas ambulancias como ahora. Y la historia del colectivo me hizo recordar sus comentarios
3ro Decis lo que pienso antes de que lo pueda armar en una idea coherente.
Lionel de Lanús
tu comentario me deja emocionada y sonriendo...gracias!
hola eva quiero hacer comentarios esto es una prueba
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