19 de julio de 2009

GRAN CONCURSO LA COSA Y LA CAUSA

A partir del 12 de febrero de 2010, entre los primeros 10 comentarios con respuesta correcta que reciba este Post, se sorteará un premio. El comentario enviado debe decir por escrito el dato correcto del número de veces que Pino Solanas dice la palabra "escándalo", o cualquier palabra de la familia como "escandaloso", etc. El concurso hace referencia a la primera vez que Pino Solanas salga por TN a partir de hoy a la noche (inclusive), 12 de febrero de 2010.

EL CASO DE LA NENA QUE NO ERA AUTISTA


El 20 de diciembre de 2008 hice un post que se llama "Por qué converso tanto con las personas en la Óptica ". En un párrafo dije: "Prometo hacer un post con “El caso de la nena que no era autista”, no lo van a poder creer." Marcelo me lo reclamó y ahí va.



Una clienta mía, peluquera, mujer simple y de pocas luces, me cuenta que tiene una nena de 7 años "con problemas". Me lo cuenta como con dificultad de contar. Que la nena va a la escuela y no escucha a la maestra. Que la hicieron repetir de grado. Que apenas aprendió las letras. Que no habla con las compañeritas. Que la mandaron a la psicóloga y la trata por "autismo". Pero que a la maestra se le ocurrió que la nena podría además tener problemas de la vista, y sería bueno llevarla al oculista. Que la llevó y a la noche viene con la nena para hacerle los anteojos.

¿Qué te dijo el oculista de la nena? le pregunté. Nada, me dijo la peluquera, le recetó anteojos. Y me extiende la receta. Veo la receta, es simple: una pequeña miopía de -1 dioptrías en ambos ojos. La calmo, le digo que no es tanto. La espero a la noche que venga con la nena.

Llega la mujer con la nena. Como yo reviso todas las recetas que llegan, la siento a la nena a mirar los optotipos con la graduacion recetada por el médico y compruebo que la nena no ve nada. Ni las letras más grandes. La nena sabe las letras, pero me dice claramente: no veo. Me quedé muda. Le dije a la madre que iba a llamar al oculista. Por suerte estaba y contestó al teléfono. Delante de la mamá hablé con el oculista.

Con la presentación de rigor, le digo al oculista que yo soy un tipo de óptico que se niega a hacer un anteojo si no es para mejorar la visión de una persona, que en este caso la nena no veía ni las letras más grandes, que necesitaba saber qué le pasa a la nena y para qué le haría el anteojo.

Me contestó fastidiado lo siguiente: yo le dije a la madre que la nena no ve nada, ella no quiere escuchar. El ojo derecho lo tiene perdido, y con el ojo izquierdo ve un 5 porciento. ¿Entonces para qué le voy a hacer el anteojo? le contesté. ¿No hay alguna forma de hacer algo por la visión de la nena, qué tiene la nena? ¿Por qué no me dá un diagnóstico? Mire, yo le receté lo que pude recetarle, contestó, que no lo haga si no quiere, es lo mismo. Ya le dí el diagnóstico, tiene una miopía de -1 dioptrías. Que le haga estudios para saber qué tiene.

Todo ésto lo hablé con la función del teléfono en "manos libres". La madre escuchó lo que dijo el oculista. Pero seguía sin reaccionar.

Entonces volví a sentar a la nena frente a los optotipos y comencé con mi método a buscar en todos los sentidos posibles una pequeña mejoría. Fuí descartando todos hasta encontrar uno. Encontré el sentido por los lados esfèricos negativos. Descarté los astigmatismos y la hipermetropía. Continúe agregando potencia esférica negativa y para mi sorpresa la nena iba aumentando la visión. La llevé a 7 décimas con 8 dioptrías negativas. Eso significa que la hice pasar de la borrosidad absoluta a la visión casi normal. No lo podía creer.

Claro que hay que hacerlo con paciencia, esperando en cada agregado que el ojo lo acepte y forme los canales neurológicos que hacen al complejo de la percepción, a la sensibilidad, a la conexión necesaria para recibir el estímulo tan largamente mezquinado a esos pobres ojitos.

Y la nena respondía. También la nena respondía a mi afecto. Cosa de la que estaba carenciada, por la mamá y por la sociedad entera. Yo celebrara cada vez que ella veía un poquito más. Le acariciaba la manito que tenía sobre la mesada y le expresaba mi contento, como si hubiera metido un golazo de media cancha. Y la nena se iba poniendo ella contenta. Y parecía que quería satisfacerme a mí, más que poder ver ella. No había sonreido hasta que yo empecé a vivarla porque vió un poquito más. Y empezamos como un juego alegre. Un juego por la vida.

Y como dije la llevé a ver 7 décimas, que es lo que ve el promedio de la población. Pero le pedí a la madre que la llevara a otro oculista. Que necesitaba un diagnóstico serio sobre la evolución de esa miopía, el estado de la retina y controlar la presión ocular para descartar un glaucoma. Yo le recomendé el oculista al que tengo más confianza, con el que puedo hablar, que me respeta como profesional y se digna a intercambiar conmigo sus conocimientos. Se llama Héctor Braver.. Héctor me ayudó a salvar a mucha gente como ésta nena.

La salvamos. Dejó de ser tratada como autista. Era miope. Terminó el año y pasó de grado. Hoy es una mujer que hace su vida normalmente. Tiene 30 años y se operó de la miopía. Ni vestigios tiene de esa miopía que se disfrazó de un problema psíquico de comunicación con el mundo.

Un aparte para hablar de la mamá

Mi experiencia me enseñó que el principal factor en contra de los chicos que tienen problemas visulaes, son los padres. Los padres no quieren saber que sus hijos pequeños tengan un defecto en la visión. Cuando llegan a la óptica con una receta, llegan con disgusto, como si eso los descalificara ante el mundo, como si hubieran fracasado en el aporte de su genética. Empiezan a buscar los culpables. Las mujeres separadas pueden llegar a decir: en mi familia no hay nadie que use anteojos, debe ser el padre, encima eso le dejó al nene.

Vergonzantes y negadores, ponen palos en la rueda. Lo primero que dicen casi todos es: ¡¡¡Ay, yo no me imaginaba que mi hijo iba a tener que usar anteojos!!! Lo dicen adelante del chico, y uno observa al pequeño mirar al padre y ve que en sus ojitos se demuestra la preocupación a su vez, la preocupación por haber decepcionado al padre. El chico empieza a sentir que lo espera una cosa desgraciada.

Es ahí cuando dedico una charla para revertir la situación planteada. No permito que las cosas se dirijan por ese rumbo psicótico. Nos sentamos los tres y empiezo a hablar de lo que es un defecto visual, le empiezo a bajar los decibeles al drama y encaro las cosas desde el lado optimista, primero que nada, para recuperar la voluntad de la criatura y allanarle el camino a superar su defecto refractivo y continuar la vida como si nada pasara.

Por otro lado, los defectos refractivos en su enorme mayoría no son signo de una enfermedad, sino obedecen a las exigencias de la civilización que hace indispensable tener cierta agudeza visual mínima, que no era necesaria en la vida prehistórica. La maravillosa ciencia de la Óptica, interfiere en el camino de los rayos de luz y los desvía para que lleguen a la retina y formen las imágenes nítidas. Lo principal es el estado de la retina, y del nervio óptico. Estos dos factores son óptimos en la mayoría absoluta de las personas con defectos refractivos. No hay por qué hacer un drama de esta situación.

Un aparte para el gran culpable

La culpa del estado de ánimo de los padres, y de casi todos los que descubren un problema refractivo en sí mismos, no es sólo psicología indivudual, también es el mercado. El mercado se ha ocupado y se ocupa de meter miedo en la gente, esa es la mejor manera de hacerlos correr a gastar plata. Créanme, a ningún mercachifle de la Medicina le conviene que se aligere la dramatización de un problema médico. Con cuántas cosa pasará lo mismo aparte de la Óptica. Yo tengo prevención contra eso, me cuido de aceptar los términos dramáticos, me pongo a estudiar cada situación en la que me presentan un panorama único que me lleva sólo a gastar plata en un sentido. Pregunto, averiguo, y muchas veces descubro que hay otras oportunidades que no me fueron planteadas, u otra versión de las mismas cosas.


Un aparte para Héctor Braver.

Héctor, con su respeto por mí, siempre dijo que no le daba bolilla a ningún óptico, que hablaba sólo conmigo, que nunca había concido a un óptico como yo. Y me mandó siempre a todos sus amigos y su familia. Teniendo tantas ópticas en Buenos Aires, sólo Eva para sus hijos, para sus amigos, para su familia. Me confió lo más preciado a mí. ¿No es un orgullo?

Lo más interesante fue cuando me mandó dos recetas de dos amigos que se había hecho en Cuba. En ese tiempo en Cuba no había bifocales. Esos amigos de Cuba necesitaban bifocales y no podían tenerlos. Les dijo que que iba a hacerlos en Buenos Aires y se los iba a enviar a Cuba.

Me mandó las dos recetas y me preguntó si podía hacer los dos bifocales sin ver a las personas. Él sabía que hacer un bifocal es como una dentadura postiza, que sin el paciente para medirle sus particularidades es imposible. Sin embargo, le pedí la descripción de cada uno, el peso, la altura, la descripción del rostro. Por mi experiencia tengo ya una estadística en mi cabeza de valores en relación a los físicos, que no pueden fallar. Salieron bien. Las dos personas saltaban de la alegría cuando les llegaron los anteojos.

Cuando yo le he enviado a alguien a Héctor, sea problemático o no, él siempre tomó el teléfono ni bien había salido el paciente, sin que yo lo llamara, y me pasaba un diagnóstico compelto, a toda velocidad porque tenía el consultorio continuamente lleno. Un diagnóstico serio, que me dejó siempre tranquila de que estamos haciendo las cosas bien.

Algunas veces yo superé recetas de Héctor mismo. Lo he llamado para decirle que había encontrado algo que mejoraba la visión del paciente. Siempre me dió la razón y anotó el cambio en su historia clínica. Algunas veces me mandó él a mí un problema, para que yo le diera mi opinión, inclusive de personas que no iban a hacerse el anteojo en mi óptica, porque lo compraban en la de su Obra Social. Siempre colaboré con él y él conmigo, en una mancomunión donde no hubo jamás el mínimo interés secundario. Una mancomunión que duró cuarenta años. El dolor es demasiado grande hoy para mí, la pérdida de Héctor Braver para mí es una catástrofe. Por fin lo puedo contar. Acaba de fallecer hace dos meses. Y era joven todavía y estaba con todas las luces. Cáncer en el páncreas.

No tengo consuelo. No tengo.

Un aparte para la maestra

¡Qué lección la de la maestra! Su percepción del problema de la nena es admirable. ¿Dónde se estudia esa dedicación, esa preocupación? ¿Es una materia pedagógica? Este cuento debería ser una lección para las maestras. Ver más allá de la superficie. Interrogarse, llamarse al criterio, observar al alumno pequeño. Ella salvó a la nena. Pero no hubiera sido suficiente. La cadena mágica se hubiera cortado en el oculista aquél. Cualquier óptico le hubiera hecho los anteojos según la receta. Tal vez la madre hubiera obligado a la hija a usarlos. Y seguramente la nena no los hubiera usado, porque no tenían ninguna acción sobre su visión. Y quién sabe cuál hubiera sido el destino de la nena. Tal vez ahondarse más en su desconexión con el mundo. Tal vez haberse convertido de verdad en una autista.