11 de agosto de 2021

 
Mi máquina Singer ( III )
Con el papá de mi hijo teníamos una inmobiliaria. Yo siempre tuve mi óptica pero como me gusta aprender, me metí en la inmobiliaria a ayudar y aprendí mucho. El nene era chiquito y Alfonsín recien empezaba. Como todos los chicos mi nene de un año y pico hacía ese gesto con las manos que Alfonsín tenía como marca y la gente deliraba de emoción cuando decía que con la Democracia se come, se cura y se educa. Era todo lindo hasta que la economía empezó a derrumbarse por acción de la guardia pretoriana de La Rural que cuida el Santo Sepulcro de la Oligarquía con dos apellidos, con olor a bosta de vaca, como decía Sarmiento. Cuando mi nene iba al jardín la inmobiliaria quebró y nos vino el desastre. Con la óptica pagué las deudas de la inmobiliaria. Le debíamos una fortuna a Clarín en avisos. Mi máquina Singer, después de 32 años sin usar, revivió para poder hacerle a mi nene la ropa que necesitaba. A los 17 años comencé el curso de Corte y Confección Sistema De Santis y allí conocí una parte de ese otro mundo que me era desconocido. La profesora tenía la revista Burda, alemana, un sueño editorial sobre moda maravillosa. También traía modelos para niños. Y de ahí saqué un guardarropa de un príncipe para mi hijito del alma, que empezó a lucir unos joggings increíbles. Las madres del jardín me pregutaban adónde los compré. Y cuando decía que los hice yo, me empezaron a pedir que les hiciera para sus chicos. Eso no. Coser para otros, no. Hay ciertas marcas de clase social que no se atraviesan salvo que estés en la última miseria y hayas tenido que resignar todo lo simbólico. De cualquier manera tenía mi óptica que seguía dándome lo indispensable. En esa época por haber ayudado a mi hermano más querido, y haberle dado una sección en la óptica para su actividad en computación, él creció y me estaba produciendo una débacle a mí, y sin importarle mi situación me dijo la frase colosal que escuché en mi vida "CUANDO TE VAS A PAUPERIZAR". Eso esperaba mi hermano Roberto, al que no veo más porque parecía tratar de hundirme como Caín hizo con Abel. Lo digo en este cuento porque hasta ahora nadie lo sabe. Y tal vez alguien que lea este cuento sepa que recibí una puñalada insospechada de parte de uno de los seres más amados por mí corazón. Nadie me va a explicar por qué tuvo tanta malicia conmigo. Y cuento esto porque no me paupericé a pesar de que el mundo se me venía encima. Mi máquina Singer me permitió hacer que mi hijo pareciera un príncipe con sus ropas de la revista Burda, con la finura de cualquier modelo alemancito rubio de la revista pero con un plus de unos ojos gallegos que cada vez que los miro me emociono.
 
Sigue en la próxima.
Los capítulos anteriores lo voy poniendo acá en mi blog.
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MI MÁQUINA SINGER (II)

MI MÁQUINA SINGER (II)
 
Mi adolescencia fue difícil. Empezaron las salidas del colegio a visitar lugares como el Congreso o el Museo de Ciencias Naturales. Como las chicas ya éramos grandes, no íbamos con el delantal sino con la ropa de vestir adecuada. Mis compañeras tenían buenas ropas. La escuela estaba en Belgrano y en esa época los ricos iban a la escuela pública. Cuando empezaron las salidas sin delantal yo me encontré en un problema. No tenía ropa para salir. Mis padres me compraban ropa pero no era para salir, elegante, como se usaba antes. No p uedo olvidar el apellido de la compañera con la que hablé de esto. Se llamaba Viviana Suide. Lo digo porque es raro que alguien se acuerde con nombre y apellido de una persona con la que solo se habló una vez de una sola cosa. Yo no voy a poder ir, le dije, con mucha tristeza, muchísima, porque era una visita al Congreso. Entonces ella con la cara más natural me dijo "ponete un jean y ya está". La palabra jean no integraba mi lengua ni mi vestimenta. ¿Quién me iba a comprar a mí un jean? Y esa familiaridad con la palabra jean, esa naturalidad con la que la nombró mi compañera, todavía me sigue conmoviendo. Era una de esas cosas incomprensibles, que alguien hablara así de una ropa que yo no tenía ni me compraban pero que tampoco lo tenía integrado a mi gusto o mi deseo. Me dí cuenta que un mundo diverso circulaba afuera de mi vida mientras yo vivía en una burbuja. En mi casa estaba la máquina Singer que mi papá le compró al domador del circo inglés. Y nadie la usaba. Entonces yo decidí que si aprendía a coser podría tener la ropa que necesitara. Y así hice. Era verano. Vacaciones. Averigüé de una profesora de Corte y Confección que estaba por mi barrio. Me anoté y fui a la primera clase. Yo, que tenía marcada la vida por mi padre de ir a la Universidad sí o sí para tener un título, iba como las chicas del barrio a estudiar Corte y Confección, pero no solo no me molestaba sino que me entusiasmaba y alegraba con toda mi alma. Ahí aprendí un sistema de corte fabuloso que con las medidas del cuerpo y un modelaje perfecto permitía confeccionar cualquier tipo de modelo de lo que sea. Aprendí una disciplina fabulosa. El sistema se llamaba De Santis, que era un ingeniero y había logrado llevar al plano exactamente las tres dimensiones de cualquier cuerpo humano. Encima basado en el conocimiento griego de los artistas que hacían las estatuas. Las proporciones de los escultores más famosos y las relaciones áureas de los números, estaban ahí para cortar una tela y armar un vestido perfecto. No me era ajeno para nada estar recibiendo una disciplina tan digna y elogiable. Antes creía como tantos, que era una cosa de mujeres de poco vuelo intelectual, de las doñas Porotas y las Cándidas. Pero no. Hoy resulta que en la Argentina un libro del sistema De Santis es un incunable y la Universidad de Palermo lo tiene de texto supremo para enseñar el tema a nivel industrial y muy serio. Las palabras elogiosas sobre el sistema en todos lados, es un asunto asombroso.
De ahí viene mi obsesión por conseguir ese libro incunable cuando me decidí a recuperar esa etapa de mi vida, volver a coser, esa etapa de mi vida sepultada en el olvido, con una máquina Singer que no andaba, tirada en un rincón de cosas viejas.

 
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10 de agosto de 2021

MI MÁQUINA DE COSER SINGER ( I )

 
MI MÁQUINA DE COSER SINGER ( I )
Estrené los ojos a la vida en el barrio de Chacarita casi lindero con Colegiales, en un raro cruce de calles que es como un estuario en el que la Avenida Córdoba muere desembocando en Lacroze a través de una bifurcación con una plazoleta en forma de isla. Ese ensanchamiento y bifurcación nos regaló un cielo extenso, algo muy poco frecuente en esta ciudad porteña. A media cuadra, por Lacroze para el lado del Cementerio, había un enorme baldío del club de fútbol Chacarita Juniors, donde los chicos del barrio jugaban a la pelota. A ese lugar espacioso descampado y abierto al cielo, llegaba una vez por año, un circo. El circo era inglés. La llegada era toda una parafernalia porque desfilaban los carromatos con los animales más llamativos, con sus fierezas y sus bellezas. Mientras ocurría el desfile por Lacroze, que era sorpresivo, los artistas se mostraban haciendo acrobacias o demostraciones diversas subidos a los carros. El circo se instalaba y el predio dejaba de ser el potrero donde los chicos jugaban al fútbol hasta que se terminaba la temporada y se levantaba la carpa hasta el año siguiente. Me llevaron al circo y yo me impresioné. Desde entonces le tengo aprehensión a cualquier demostración de arrojo sin sentido. Los payasos no me hicieron reir ni llorar sino asustar, el domador me pareció un cruel azotador de pobres animales cautivos y los acróbatas desafiadores de la ley de gravedad sin un por qué, y más que nada una nena equilibrista que andaba en las alturas exponiendo su cuerpito. Yo habré tenido cinco años cuando le dije a mi papá que no quería ir nunca más a un circo. Y así fue. No me llevaron más, a pesar de que cada temporada por años se repetía el acontecimiento que ponía al barrio de fiesta. Ese año entró el domador de fieras al negocio de mi papá y le vendió una máquina de coser Singer que trajo de Inglaterra, que como todos los años, traía una nueva y cada vez que se iba la vendía a algún vecino para hacer dinero. Mi padre la compró y tengo la imagen como una fotografía del hombre musculoso en camiseta balbuceando un inglés incomprensible, dejando en el mosaico del suelo del negocio la máquina Singer en una valija de madera preciosa con una manija para portarla. El peso de esa pequeña máquina es inenarrable. Eso hizo que cuando se descompuso, la tuviera arrumbada por decenios como trasto viejo por no haber más nadie que la arregle en la cercanía. Y yo aprendí a coser a los dicisiete años con esa máquina maravillosa, y pude dar el salto hacia una libertad desconocida que era vestirme a mi gusto sin tener que depender de mis padres, salvo en la compra de las telas, a las que se avenían asombrados de mi capacitación de un curso de verano donde aprendí lo que las chicas simples: corte y confección.
 
Sigue >>>> en el próximo post.

 
 
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