21 de agosto de 2011

¿Qué pasa en Chile?

Escribe Marcelo Vallasciani
corresponsal excluisivo de
La cosa y la causa
en Chile

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Hace bastante tiempo, leyendo un blog sobre crianza de avestruces, encontré una discusión entre criadores que me llamó la atención: Algunos decían que lo mejor era dejar que el avestruz comiera lo que quisiera, ya que él sabía qué era lo mejor para su alimentación. Otros insistían en que había que preocuparse de la composición del alimento balanceado. El gurú del sitio (había que tratarlo con reverencia) zanjó la discusión con un fallo inapelable y admirable, que trataré de reproducir hasta donde me alcanza la memoria:

“El avestruz sabe, por instinto, qué es lo mejor para su salud. Sabe qué debe comer para crecer sano y fuerte para correr rápido y escapar del criadero. Lo que nosotros buscamos, como criadores, es que coma lo necesario para crecer gordo, poner buenos huevos y darnos carne, plumas y aceite. Por lo tanto, no podemos dejar que coma lo que a él se le antoja”.

No tengo idea por qué guardo esta clase de boludeces en el mate. Hasta que un día me acordé de esa historia y se me ocurrió reemplazar la palabra avestruz por “mercado”. Y me encontré con los que defienden al mercado diciendo que el mercado es bueno, que se regula solo, que los problemas del mercado se resuelven con más mercado, y que el mercado sabe qué es lo mejor para sí mismo, y que si dejamos de intervenir tendremos un mercado más saludable. Claro, estas son todas verdades de perogrullo, irrebatibles, inapelables… pero ¿qué me importa a mí tener un mercado saludable? ¿para qué nos sirve tener un mercado sano y fuerte? ¿no será mejor tener ciudadanos sanos y fuertes y contentos? ¿el mercado nos va a dar algo?

Hoy estamos peleando en Chile por la reforma del sistema educativo. Tenemos una educación de mercado: si tienes poco, te educas poco. Hay escuelas que cobran un poco de plata, un precio que sirve para dejar fuera al que no puede pagar. Al dejar fuera al más pobre, no tienen que cargar con el “lastre” de chicos mal nutridos y por eso salen mejor evaluadas en las pruebas de rendimiento. Otras cobran un poco más caro, y con eso dejan fuera a los chicos que no tienen internet en la casa. Y por supuesto, los resultados de sus evaluaciones son un poco mejores aún. Y si seguimos subiendo el precio, vienen las escuelas que sólo reciben hijos de profesionales que pueden pagar cuotas caras y que en sus casas tienen libros (tremendo lujo para este país, que cobra IVA a los libros que ya vienen caros). En este último grupo la escuela ya tiene casi todo el trabajo hecho desde la casa, así que para los “sistemas de medición de la calidad de la educación” (SIMCE) sacan notas excelentes. Al final, la prueba SIMCE no mide la calidad de la educación sino el nivel socioeconómico. Entonces, el mercado dice: “las escuelas públicas tienen las notas más bajas, por lo tanto son peores, y por eso la gente prefiere las privadas”. Eso es lo que nos da el mercado: que se jodan los pobres, porque para eso son pobres.

Hace pocos años estaba trabajando en el laboratorio de un hospital grande, ayudando a poner en funcionamiento unas pruebas para diagnóstico de diabetes. Observaba cómo, con el correr del tiempo, había cada vez más diabéticos pasando por el control de salud. Y pregunté si había realmente más diabéticos, o si sólo había aumentado el número de casos diagnosticados. Una doctora me lo explicó de la siguiente manera:

“Las dos cosas van de la mano. Como tenemos mejores sistemas para la detección temprana, podemos diagnosticar más casos y darles tratamiento oportuno. Los diabéticos diagnosticados tempranamente pueden vivir más, y pasar sus genes a la próxima generación. Esto hace que nazcan más diabéticos. En resumen, la medicina se opone a la selección natural”

El médico, frente a un prójimo más débil hace lo contrario de lo que dictaría la “supervivencia del más apto”. En vez de aprovecharse de su debilidad, dedica su esfuerzo a ayudarlo. En términos de selección natural, está promoviendo la proliferación de congéneres menos aptos para la caza y la lucha. Como especie vamos perdiendo pelos, nuestras mandíbulas se hacen menos fuertes… vamos alejándonos de nuestros simiescos antepasados. Me decía Beppe Carugo que el primer acto médico fue la cocción de los alimentos, y mirándolo desde esta perspectiva creo que tiene razón.

Chile aplicó para la educación de sus niños un modelo de libre mercado en el que el Estado tomó un papel subsidiario. Pero aún la parte que le toca al Estado quedó regulada por el mercado: la financiación de las escuelas no proviene del gobierno central sino de cada municipalidad. En consecuencia, las municipalidades pobres tienen escuelas pobres… que reciben alumnos pobres y los amansan para que sigan siendo pobres.

Si queremos seguir llamándonos humanos sin que nos de vergüenza, tenemos que mirar al más débil y ayudarlo a superar una dificultad que ni siquiera eligieron. No estamos hablando de “mantener vagos”, como dicen espontáneamente quienes no ven más allá de su ombligo. Vagos hay en todos lados, vagos con plata y sin plata. Los vagos tienen la culpa de ser vagos, pero los pobres no tienen la culpa de ser pobres.

Para quienes lo miran desde afuera, es difícil entender cómo llegamos a tener un país en la calle protestando cuando hace muy poco recibíamos felicitaciones por lo ordenado de nuestra economía…

Revisando en los cajones de la memoria (tengo síndrome de Diógenes, pero a veces me sirve de algo), me encontré con esta explicación que reproduzco sin permiso de su autor:

Hace un par de años teníamos un gobierno que llegó a tener una alta popularidad, con un mensaje socialista. Pero en los hechos ese gobierno no supo, no pudo o no quiso honrar su discurso en la medida que la ciudadanía quería, pedía y necesitaba.

Las causas de que se hayan conformado con sus logros y no hicieran transformaciones más importantes todavía se están discutiendo. Esa discusión ya tiene varios heridos, muertos, algunos que se sacaron la careta y otros que directamente se hicieron tránsfugas.

Lo concreto es que los votantes se cansaron. Habían votado varias veces por la misma coalición porque representaban un cambio respecto de la dictadura. Había reclamos, pero se hacían en voz baja porque “había que cuidar la democracia”. La derecha hacía críticas, muchas con base real, pero no conseguían resonancia en la ciudadanía, que se negaba a votar por quienes habían estado al lado del dictador. Hasta que el cansancio pudo más. Queremos un cambio, dijeron, y compraron el discurso de la derecha.

A poco andar, se notó que la mano venía peor que antes: la nueva administración no sólo no cree que tengamos problemas sino que resulta completamente sorda a las demandas populares. Ni siquiera entienden de qué les estamos hablando. Creen estar haciendo “enormes concesiones” al ofrecer algunos subsidios, becas y ayudas. Y desde su punto de vista, claro que son concesiones importantes.

Pero no entienden nada cuando se les dice, por ejemplo, que es impresentable que en nuestro país sea el propósito de lucro lo que define la clase de educación que podemos tener. Está más allá de su capacidad de comprensión. Creen que son ideas “comunistas” y el fantasma soviético los despierta por las noches, sudando y repitiendo “¡eso sí que no!”.

Los más viejitos estábamos ya dentro de la olla cuando iba subiendo la temperatura del agua. Nuestros jóvenes cayeron al agua cuando ya estaba caliente. Ellos están pegando los saltos y pataleos que nosotros no dimos porque temíamos volver al pasado. Ellos quieren otro futuro. Nosotros también.

Los agrogarcas y Rita- Cuento

En esa época los que se iban a Israel, se iban en barco. Las despedidas en el puerto eran dramáticas. No puedo olvidar que me daba un golpe el corazón cuando se oía la sirena al zarpar el vapor, levando anclas. Parecía que morías de a pedacitos. Se fuera quien se fuera. Pero màs grave era cuando se iba el novio de alguna. Esa separación era una amputación. La gente en ese entonces se iba para no volver, y en general, no los volvías a ver más.

Teníamos entre 15 y 18 años cada uno de los amigos. Horacio, que tenía 17 años, se iba para no volver. Su novia se llamaba Rita. Habían sido novios por dos años. En el puerto, Rita estaba destrozada. Lloraba y lloraba, y se secaba con el pañuelo, y de vez en cuando le salía como un ronquido lastimoso. El asunto es que había un drama detrás de eso, que casi todos sabíamos, menos Rita. Horacio había dejado de amarla, pero en vez de decírselo abiertamente, le dijo nada más que se iba a Israel y que por eso rompía con ella. Ella suponía que él la amaba, y que a pesar de amarla, se iba.

El asunto es que Horacio rompió con Rita, pero porque se enamoró de Alcia. Alicia sabía que Horacio se iba a Israel, y que no podía pretenderlo, pero el amor por ella a Horacio se le notaba. Rita no se daba cuenta de nada. Alicia y Horacio se echaban miradas embelesadas. Todos entendimos que Horacio no quiso lastimar a Rita diciéndole que amaba a otra, ya que se iba. Y tampoco quiso engancharse con Alicia por lo mismo, porque ya se iba.

Así que en el muelle había dos mujercitas llorando. Rita por un lado, Alicia por el otro.

Ya subido al barco, Horacio en cubierta, mirando para abajo, miraba a Alicia. Alicia estaba vestida de azul. Rita estaba vestida de blanco. Alicia sentía que había ganado el corazón de Horacio, y que Rita lloraba lo que no le correspondía. De pronto a un compañero, apiadado del dolor de Alicia, para darle alguna satisfacción, se le ocurrió preguntarle a los gritos ¡HORACIO!¿Blanco o Azul? Y Horacio gritó a todo pulmón: ¡AZUL!

Ahí la pobre Rita miró a Alicia y sin entender cómo sucedió, comprendió que se trataba de que Horacio la estaba eligiendo a Alicia, que estaba vestida de un azul eléctrico muy llamativo. Alicia se puso a gritar de contenta mientras le caían las lágrimas, y Rita se sintió morir, confundida, sin entender, hasta que algunos le explicaron y salió corriendo. No la vimos nunca más.

Me acordé de eso pensando en cómo se deben sentir los agrogarcas cuando piensan que el pueblo votó mayoritariamente por Cristina, tan atolondrados estarán como Rita esa tarde en el muelle del puerto.