18 de julio de 2011

“Honestismo” y otras pequeñeces

Eduardo Blaustein
09.06.2009


Quichicientos años atrás Chacho Álvarez solía usar uno de los razonamientos más convincentes que escuché acerca de los males que genera la corrupción. El problema, me retrucó en una entrevista cuando le salí con un planteo relativizador, es cuando la corrupción se convierte en el motor mismo de ciertas estrategias y políticas deletéreas: en el caso de los 90, remate del Estado y sus empresas, concentración económica, fabricación de pobres en masa. No recuerdo, no creo, que Chacho lo dijera con esas palabras. Pongamos que fue así.

Traigo esa presunta definición a propósito de ese bonito neologismo que usó más de una vez el amigo Caparrós y con el que acuerdo: el del “honestismo”. En estos días se hace difícil soportar la hipocresía de los que aplaudieron a la dictadura o al menemismo y hoy gritan “¡república!”, los que se beneficiaron con la extranjerización de la economía y hoy braman “¡Techint!”. Lo mismo sucede con los demócratas bien peinados que consideran que los pobres de todas partes, todos y cada uno de ellos, no están en condiciones de votar mejor ya sea que no saben razonar, no disfrutan de la impecable autonomía de pensamiento que sí calzan los carapálidas de Palermo Chico o sencillamente son tan miserables que están dispuestos a vender su voto al primer puntero que les pinte.

Definitivamente, ciertos modos de concebir la democracia, la República, la Justicia, la corrupción, el clientelismo, son chiquitos, chiquitos, chiquitos. El “honestismo”, escribió Caparrós, es esa “idea tan difundida según la cual –casi– todos los males de la Argentina contemporánea son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular”.

Hay muchos modos de encarnar esa proposición del “honestismo”. Si es por la corta idea del ciudadano honesto, se puede ser un perfecto hijo de puta en el maravilloso marco de la legalidad y la ética republicana. Pagando buena plata a un estudio de abogados patricios en caso de pleito, diseñando leyes desde el poder del dinero o moldeándolas por lobby, se puede cagar la vida de millones de prójimos sin que medien ni la truchada ni la coima. Se pueden acumular grandes ganancias y a la primera brisa en contra despedir personal a lo pavo. Se puede quintuplicar en un día el precio del barbijo antigripe porcina o la vacuna. Se pueden fabricar cigarrillos, asbesto, DDT o glifosato y decir no pasa nada. Se puede ser megabanco transnacional y pagarle a una calificadora de riesgo para quedar como campeón global de la seriedad. Se puede explotar mano de obra semiesclava boliviana y vender marcas fashion. Se puede hablar de los nobles valores del campo y negrear peones o explotar niños. Se pueden dejar morir de SIDA a millones de africanos por un asunto de patentes. Se puede empobrecer a otros tantos millones perorando sobre “industria del juicio”, “pérdida de competitividad”, “estímulo del empleo joven” e incluso “generación de nuevas fuentes de trabajo”.

En poco más de un cuarto de siglo asistimos, no sólo en Argentina, a la liquidación de los estándares de bienestar. Pero ante escándalos menores nos acostumbramos a creer que al postear una puteada contra un político corrupto estamos ejerciendo a tope nuestro derecho ciudadano.

Qué lejos está la puteada espasmódica de constituirse en un modo verdaderamente insolente de pararse ante la democracia, esa democracia-bostezo del anteúltimo spot de De Narváez: “Un domingo, sólo un domingo cada dos años”. Qué bien define ese spot lo poco que le pedimos a la democracia.

No debe ser por casualidad que en esta cultura de la democracia de etiqueta se reverencie la profesión de los especialistas en vender imagen, esconder trapos sucios, manufacturar sensibilidad. El valor de la transparencia exigible a un único actor, el Estado, prima sobre la injusticia estructural. El de los consensos angelicales se impone a la necesidad de reconocer, discutir y saldar conflictos. Se pone más la lupa sobre el funcionario corrupto, no sobre el corruptor. Relacionamos democracia exclusivamente con la política y las instituciones lejanas sin preguntarnos qué es de la vida de la democracia en nuestra vida cotidiana, qué nos defiende del mercado, qué decidimos sobre los modos horribles en que vivimos la ciudad, qué democracia y qué transparencia existe en el mundo de las corporaciones. ¿Qué libertades y qué éticas reinan en la empresa o el trabajo? Si los pobres se venden por un Plan Trabajar, ¿qué compran de nosotros cuando nos pagan un salario o somos “rehenes” del que tiene más poder? ¿Qué callamos? ¿Hasta dónde un gerente, un periodista bien esponsoreado en el cable, un profesional acomodado, no son “rehenes”, como los menesterosos conurbánicos, de los privilegios que disfrutan, los gastos que deben sostener, la visión del mundo que tienen por su posición social?

No nos metemos con esas cosas. O porque no las vemos. O porque las tenemos naturalizadas. O porque hay modos en el funcionamiento del poder que se hacen escurridizos. O porque en algún lugar percibimos que los políticos son unos tipitos más bien inconsistentes a los que podemos bardear barato. No sucede lo mismo con el poder real. Ese patrón sí que es verdaderamente jodido y asusta.

Un Hospital Nacional de la Mujer. Sólo para la mujer.

Es un hecho, este año es electoral, no hay actividad parlamentaria, y el proyecto de ley de despenalización del aborto, junto con el de Entidades Financieras, duermen su sueño invernal que quién sabe hasta cuándo durará.

Es un hecho, no hay despenalización del aborto. Y Macri se lanzó con la Metropolitana a impedir que las porteñas aborten. ¿Qué macabros sentimientos ocultos guían a este travestido de cariñoso y pacífico, a derrumbar la puerta del Consultorio de un médico con un Destacamento de la Metropolitana, como si persiguiera a un narcotraficante peligroso. Cuando entró la Metropolitana venía con una cámara que filmó a la paciente y al médico, decí que por suerte ella estaba vestida y sentada, porque la escrachó en la televisión, en los noticieros a los que les cedió la filmación. Pero al incompetente le salió tan mal, tan mal, que hasta le dieron falta de mérito a la causa.

Se va sacando la careta el empresario exitoso y gentil. Detrás está el salvaje neoliberal que además profesa el odio. Detrás de esos globos de colores lo que hay es odio. Ya lo van a ir viendo los que tienen el cerebro miope.

A pesar del moderno matrimonio igualitario, la mujer heterosexual sigue condenada a llevar adelante embarazos no deseados en situaciones a veces desesperantes y la sociedad sigue dándole la espalda, como a una mujer con cáncer que por estar embarazada no pudo recibir quimioterapia, se le negó el aborto, se le negó la quimioterapia, por lo que murió su bebé y ella, dejando tres chiquitos sin mamá, en medio de una miseria extrema.

No sale la despenalización del aborto, en gran medida porque la Presidenta no presentó un proyecto, cosa que es muy dolorosa para las mujeres que la apoyamos. Pero ¿por qué no se mitigan un poco los pesares femeninos, aunque no haya aborto legal? Se podrían hacer muchas cosas. Como un Hospital de la Mujer, sólo para la mujer. No para el Niño y la Mujer. Debe haber uno especialmente para la Mujer.

Te digo por qué. Muchas mujeres desesperadas se practican aborto de modo casero por no tener dinero. Se hacen daño, se infectan, se perforan el útero, y llegan desangradas a una Guardia de un Hospital cualquiera. Encima de su tragedia el médico las denuncia a la Policía por su ingenua confesión frente a un profesional de la Medicina, a quien consideran un ícono altruísta en quien confían. Entre 1993 y 2009, 809 mujeres fueron denunciadas por aborto propio, sometidas a la humillación y a procesos penales con impacto en sus vidas psíquicas y familiares.

¿Por qué no hay un Hospital Nacional de la Mujer? O un Hospital de la Mujer de la Ciudad de Buenos Aires. O un Hospital de Ginecología y Obstetricia, como hay en México pero acá nunca hubo. ( ¿Qué buena idea para Filmus eh?)

Un Hospital especializado en mujeres, debería contar sí o sí con un plantel de médicos dispuestos a cumplir con la ley de aborto permitido para los casos legales, que asegure a cualquier mujer que encontrará médicos que no harán objeción de consciencia. Se terminaría con tanto padecimiento por esa situación.

El Hospital de la Mujer deberia contar con una guardería para que las mujeres puedan concurrir con sus bebés y dejarlos en buenas manos mientras son atendidas.

Debería tener el Servicio de Prevención del Embarazo para la mujer adolescente y la adulta, al que recurran todas las mujeres necesitadas de ayuda y protección con anticonceptivos, información y asesoramiento. Al ser un espacio ocupado totalmente por pacientes mujeres, las adolescentes o las vergonzantes, concurrirían más confiadas y tranquilas sabiendo que no hay varones que pudieran reconocerlas, como puede ocurrir en cualquier Hospital.

Debería tener Servicios Ginecológicos y de Obstetricia, equipados para todos los análisis necesarios, y para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades del aparato femenino. Así como contar con un Departamento de Cirugía especializado en lo mismo.

Pero más que nada, en ese Hospital debería funcionar un Servicio de Auxilio y Contención para la Mujer víctima de violencia familiar o víctima de violación, con la atención policial debida efectuada por un Destacamento de Policía apostado permenentemente en ese Hospital, especializado en delitos contra la Mujer.

Allí también debería funcionar un Departamento de Asesoría Legal y un patrocinio para ejercer los derechos de la Mujer. Y también un Servicio de Apoyo Psicológico, de especialidad en la Mujer.

¿Por qué no existe? ¿Alguien me puede decir por qué no existe?

¿Alguien me puede decir por qué la mujer vale tan poco para la sociedad argentina?